En el toreo, como en la vida, hay días
buenos y malos, circunstancias en las que todo se da bien como otras en la que
todo sale mal. Desgraciadamente eso es algo que no podemos controlar, ¡qué Dios
reparta suerte! y nos toque la buena.
Hoy ha sido un día sin suerte, ha tocado
cruz. Día “raro” en Madrid, lo mismo hacía sol, que se nublaba, que chispeaba,
todo en medio de un vendaval. Minuto de silencio en honor a “Gallito”,
nunca me ha gustado que se recuerde antes de empezar un festejo taurino a un
caído en la arena. El encierro de Valdefresno
no tuvo nada dentro…
Contra un día así poco se puede hacer más
que aceptarlo y pasar el trance en torero. Y así lo ha hecho Juan Ortega.
En Las
Ventas y en la Feria de San Isidro,
escaparate mundial del toreo, le ha tocado vivir a Juan Ortega un día de cruz, y ha sido, ¡por fin!, en que la gente lo ha conocido. Hasta
hoy pocos le conocían taurinamente, pocos los que estábamos esperando sus días
de cara, desde hoy todo ha cambiado….
Hoy no se podía triunfar, hoy solo se
podía estar en torero y así estuvo Juan.
En sus toros lidió con solvencia de capa,
lo poco que permite lo de Atanasio/Lisardo, en un medido quite, como procede
con el toro de un compañero, dejó tres verónicas de altos vuelos.
En su primero, luchando contra el
vendaval que todo lo complicaba, le sacó los cuatro pases que tenía lentos y
cadenciosos, luego se paró el toro y lo mimó hasta el extremo. El segundo tenía
otro aire, lo sacó toreramente a los medios y allí se dobló con él, torería y dignidad.
No ha pasado nada porque en un día como
hoy nada puede pasar. Pero paradójicamente la realidad es que hoy ha pasado
mucho, hoy el mundo ha visto que en Juan
Ortega hay un torero.
Hoy ha sido el día.