Primero y tercero no fueron un derroche de casta precisamente. El primero fue tan noble que no lucía en la poderosa muleta de Javier Jimenez.
Segundo y quinto los que mejor combinaron el binomio casta/calidad, tenían clase y justita la casta, aunque mucha más que la que suelen lidiar “los que mandan”. Diego Fernández apuntó que en sus muñecas hay toreo caro, dejó ganas de verle cuando esté más cuajado.
El cuarto fue un toro de lío grande, calidad y casta a raudales. Aquí si lució el toreo poderoso de Javier Jimenez , no era el toro-bobo que solemos ver y Jiménez pudo hacerse con él. Mató de gran estocada y la afición venteña hizo caso omiso a un novillero que había dado la cara con un toro bravo y encastado.
El sexto fue otro que derrochó casta, le dieron una muy buena primera vara y menos en la segunda, si hubiese entrado a una tercera mejor. Los toros, los de verdad, los que son bravos, tienen fuerza y casta, hay que picarlos.
El novillo tenía movilidad y por su casta trasmitía emoción, Juan Ortega a por todas, brindó al público y citó de largo, en las primeras tandas el toro ya evidenció que embestía con la cara alta al final de los muletazos, Juan Ortega lo templó. Cuando parecía que iba a coger vuelo la faena el toro le pisó el engaño al novillero, derrotó sobre la muleta e hizo hilo con él. A partir de ese punto el novillo se orientó, derrotaba en cada muletazo y se quedaba muy corto buscando además con el aliño de la casta. Valentísimo Juan Ortega que siguió intentándolo. Meritorio también que un novillero haga ese esfuerzo.
Al entrar a matar el novillo hizo un resumen de todos sus defectos, le esperó, se arrancó con violencia y le buscó con la cara arriba. Le puso los pitones en el pecho al novillero que salió feamente prendido, a Dios gracias quedó en un susto. A la segunda el toro volvió a buscarle pero Juan Ortega estuvo listo y dejó media estocada.
La casta no gusta a los de arriba, se la dejan a los que están empezando…
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